jueves, 28 de febrero de 2008

Quiero gritar.


Han sido dos días terribles: todo sigue su curso y las complicaciones, que se esperan, llegan también.
El lunes me llamaron de la residencia habían llegado a la conclusión, tras hablar con la neumóloga de que iban a ingresar a la abuela para tratar de aliviar la compresión de la vena cava aprisonada por el tumor. Había que hacerle una pequeña operación. Ingresaría por urgencias.
Hasta ahí todo bien, nos atendieron de forma inmediata, de forma excelente y la dejaron en la unidad de observación para esperar el ingreso en planta.
Y ahí llego el caos. Médicos que se creen por encima del resto de la humanidad, personal sanitario que debería estar ingresados ellos para saber que siente: el neumologo de guardia al que con un comentario banal, se le indico que la enferma no sabía nada, sin ningún miramiento, le solto que no tenia tratamiento, que la radioterapia podría aliviarla un poco. A bocajarro en la cabecera de la cama se cargo todos los esfuerzos por mantener una cierta tranquilidad mental.
Esta mañana cuando he ido a verla en ese horario restringido que tiene esa unidad, la auxiliar le había dicho que apestaba y una sarta vejaciones sin nombre.
El estado de indignación que me ha provocado no se diescribirla.
¿Como puede hablarse en la cabecera de un enfermo con esa frialdad de un proceso terminal?, ¿como una persona que tiene por obligación el aseo de un enfermo, echarle en cara un sudor incontrolable, o una torba mal puesta, o un olor a sudor diabético en una persona de ducha diaria?.
A medio día el médico me ha propuesto ingresarla para darle el tratamiento paliativo hasta que todo acabara, y me he negado. En media hora tenia organizada su vuelta a la residencia.
La han cambiado a una habitación para enfermos por lo menos esta relajada y tratada con dignidad.


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